Saltar al contenido

Sobre mí

Vivir con más de 180 kilos: cómo llegué hasta aquí y por qué elegí operarme

Dormir era un suplicio. Me acostaba a las 02:00/03:00 y a las 05:30 ya estaba en pie para trabajar, con el cuello y la espalda pidiendo tregua. Con 1,84 m y 180 kg, cada mañana empezaba con una ducha para “desentumecer” las cervicales. Soy administrativo en Canarias, y además gestiono la recepción de pedidos y el almacén, que se encontraba al final de una cuesta. Solo llegar hasta allí me dejaba sin aire y empapado de sudor antes de volver a la oficina. A las tres de la tarde estaba fundido. Después tocaba llevar a mi hijo a sus actividades; al volver, ya no me quedaban fuerzas. Mi pareja se encargaba de todo: baño, mochila, cenas. Yo me sentía ausente de una vida que quería protagonizar. El día acababa entre videojuegos con amigos y la esperanza de dormir algo. Casi nunca pasaba.

Señales de alerta: cuando el cuerpo dijo “basta”

Los dolores de rodillas llegaron de golpe. Tuve fascitis plantar. Y dos veces mi madre tuvo que llamar a una ambulancia: sentí mareos y el cuerpo se me desplomó; estaba consciente, pero sin fuerzas en piernas ni brazos para llegar por mí mismo al centro de salud. Aquello me asustó. También me dolía el alma: no dedicar a mi hijo el tiempo de calidad que se merece.

Trabajo, familia y una excusa que me rompió

En el trabajo, además de lo físico, me pesaban las situaciones tensas: cualquier descarga o esfuerzo me dejaba sudando, incómodo en una oficina. Con mi hijo hubo un día que no olvido: me pidió sacar la canasta para tirar unos tiros y le puse una excusa. Ese mismo día me rompí. ¿Cómo podía decirle que no por cansancio a las 18:00 de la tarde…?

La comida: consuelo, premio y rutina

No fumo, no bebo. Mi válvula de escape era la comida. Después de las actividades, merendábamos los tres “a lo grande”. En mis días libres, mi “desayuno favorito” era un croissant de jamón y queso con Nutella y un Monster azul. No había horarios ni límites: pedidos a domicilio, picoteo, a veces atracones. Los gatillos eran claros: estrés, frustración, cansancio, la sensación de no ser el padre que quiero ser. Antes de dormir, comía “para poder dormir”. Durante años probé dietas: algunas funcionaron un tiempo, pero no eran adherentes. Aprendí algo básico: más que una dieta, necesito comer comida de verdad y dejar azúcares, procesados y refrescos.

El punto de inflexión

El momento exacto fue la canasta. Poner una excusa a mi hijo por no tener energía fue el final de la película que no quería seguir viendo. Decidí la cirugía bariátrica. Miedos tenía pocos: pensaba en el dolor, el hambre (que no la hay así), aprender a comer de nuevo… Mi único miedo real era no volver a ver a mi hijo. También me inquietaba no tolerar algún alimento (lácteos, gluten). Aun así, estaba decidido.

Del “sí” a la mesa de quirófano

Las pruebas (desde febrero de 2024) las viví como parte del proceso: lo más difícil era pedir permisos en el trabajo. El 5 de febrero de 2025 recibí la aprobación y sentí que se abría una segunda oportunidad. La semana previa a la operación (22 de agosto de 2025) fue especial: ya venía evitando alimentos, quise estar más con mi hijo, descansar, decir a los míos que los quiero y agradecer a mis compañeros. Entré a quirófano con miedo, sí, pero con una paz que no conocía desde hacía mucho.

1 mes y medio después: pequeñas grandes victorias

Hoy llevo un mes y medio de postoperatorio. He pasado de 180 kg a 149,9 kg. La ropa me queda holgada y siento el cuerpo más liviano. Lo mejor es la vida con mi hijo: llegar a las 18:00 o 19:00 con ganas de jugar, ir al parque, tirar a canasta los tres, ver una peli en familia. También he vuelto al gimnasio; había olvidado lo bien que me sienta esa hora para mí, para pensar, para cuidar el cuerpo.

No todo es fácil: noto debilidad y menos resistencia (ya me lo advirtieron: es normal por la reducción brusca de ingesta), y me cuesta el agua: paso de beber medio litro del tirón a hacerlo a sorbitos, con sequedad a ratos (va mejorando). Comer poco y en plato pequeño me hace bien, pero choca con mis recuerdos de platos enormes. Estoy aprendiendo a llenarme con calidad, priorizando proteína y alimentos reales.

Hacia dónde voy

Para mí, calidad de tiempo con mi hijo es estar en el suelo jugando sin pensar en huir al sofá; es decirle al parque, a la playa, a bucear con calma, a los cumples sin agotamiento. Mis metas: recomposición corporal entrenando, caminar 30 minutos diarios, y recuperar un físico funcional para empezar jiujitsu y boxeo. Quiero volver a vivir las islas como se merecen: sin prisa, con brisa, con ganas.

Gracias por leer. Si estás en una situación parecida, esta web es para ti: para contarnos la verdad sin vergüenza, acompañarnos y celebrar cada paso. Te invito a leer mi Cronología y a pasarte por Sobre mí. Aquí no hay recetas mágicas: solo experiencia, constancia y comunidad.

Esto es mi experiencia personal, no consejo médico.

Ajustes