Vengo de un peso máximo de 181 kg (mido 1,84 m). Cuando inicié el camino con Endocrinología ya estaba en 176 kg, pero la realidad es que no tenía vida: trabajo, familia y salud iban a la deriva. Este artículo no va del quirófano ni del post; va de cómo me preparé: lo que hablé con el equipo, las pruebas, los cambios de hábitos que hice, cómo me organicé en casa y, sobre todo, cómo me trabajé por dentro para llegar listo.

Por qué di el paso

Me operé por salud y por mi hijo. Llegaba roto a las 18:00, con fascitis plantar, dolor de cervicales y noches de 3–4 horas de sueño. Iba a sus entrenos de baloncesto, pero sin energía real. Un día que me pidió sacar la canasta y le puse una excusa para quedarme tumbado, dije: “así no”. Quería tiempo de calidad con él y recuperar mi vida.
Primer contacto con el equipo
Mi primera cita fue con Endocrinología. Me apoyaron, pero me pidieron demostrar cambios: caminar aunque fueran 5–10 minutos, bajar refrescos y mejorar la comida. Después de 2 visitas, conseguí bajar de 181kg a 176kg, eso convenció a la endocrina que si estaba tomando acción y que no buscaba lo fácil. El cirujano me explicó con calma el proceso y me dio confianza. Tuve la suerte de que se tomó su tiempo para resolver todas mis dudas. Sentí que sí había salida si yo ponía de mi parte.

Pruebas médicas que pasé
Me hicieron endoscopia, electrocardiograma, radiografía de tórax, prueba de la glucosa y controles de tensión, entre otras. Fue largo, a ratos pesado, pero merece la pena: llegas con más seguridad y con la cabeza ordenada.
Cambios de hábitos antes de la cirugía
Lo que fui quitando (y mis sustituciones)

Saqué de la ecuación refrescos y Monster. Corté el croissant con jamón y queso + Nutella y dejé los pedidos a domicilio. Los cambié por platos sencillos hechos por mí: un filete con puré de papa, enrollados fáciles, y agua en lugar de bebidas azucaradas. La idea no era pasar hambre, sino bajar la ansiedad y meter en mi cuerpo alimentos de mejor calidad, para evitar esa sensación de «mono» cuando dejara de comer lo de siempre.
Mi pauta la semana previa
Hice una semana más líquida: café con leche (sin leche condensada, que antes echaba casi medio vaso), purés y proteína sencilla (huevo o filete). Menos calorías, sin castigarme ni sin pasar hambre, solo cambiando alimentos que me ayudaran a reducir el máximo número de kilos posibles y reducir lo máximo posible el volumen para facilitar el trabajo al cirujano.

Agua y otras bebidas

Siempre fui de beber entre 3–4 litros de agua al día. En la preparatoria me apoyé en agua, té verde y Aquarius. Crear rutina de bebida me ayudó a cortar antojos.
Movimiento y estiramientos
No podía caminar más de 10 minutos seguidos por la lumbar, así que sumé bloques de 5 minutos varias veces al día (hasta 40 min totales). Estiraba a diario (sobre todo en la ducha): cervicales, piernas, brazos y espalda. No perfecto, pero constante.
Logística de comidas
Para no caer en la trampa de comer comida del trabajo (pizza, carbonara, hamburguesa con papas), me llevaba tuppers. Gané tiempo real para comer y mejor calidad de comida. Un gesto simple que sostuvo el cambio.
Preparación mental y emocional
Mis miedos reales

El más profundo: no volver a ver a mi hijo, en las operaciones nunca se sabe, aunque el cirujano cuando llegó el momento me dijo que era una operación poco invasiva y que iba a estar orgulloso de haberlo decidido.. También me preocupaba desarrollar intolerancias (lácteos, lactosa, gluten). Eran miedos concretos, de leer a pacientes de cirugía bariátrica por eso me surgió esa incertidumbre, no tanto al dolor.
Cómo gestioné la ansiedad
Me evadí con lo que me gusta: caminatas cortas escuchando vídeos, jugar con mi hijo con sus juguetes, ver una película con mi pareja, seguir la competición de League of Legends, jugar con amigos por la tarde-noche y respirar para bajar pulsaciones. Pequeños anclajes que, sumados, dan calma.
Conversaciones que me sostuvieron
Mi pareja fue mi pilar: me aseguró que estaría en todo momento—y así fue. Ese apoyo me dio certeza de que fuera la que fuera la decisión iba a contar con ella a mi lado.
Mi mantra en el espejo
“Yo soy lo más importante que tengo en mi vida.”
Y me repetía: “Recuerda por qué te quieres operar; recuerda el cansancio, las dolencias y que no descansas.” Ese “recuerda” me centraba.
Rituales de la semana previa
Fue una semana espiritual: conecté con Dios, practiqué agradecer (por mi hijo, mi familia, mi trabajo), escribí mis porqués en la agenda y preparé todo con calma. Llamé a mi padre y mis hermanos; pasé tiempo con mi hijo, con mi pareja y con mi sobrino, los motores por los que estaba tan seguro de tomar la decisión, mi entorno fue clave para tener esa certeza, aunque hubiese tomado la misma decisión aunque no me apoyasen, a cabezota no me gana nadie.
Trabajo, familia y logística
Permisos y baja
En esto tuve mucha suerte en el trabajo, es verdad que al ser un proceso tan largo (casi 3 años) me dió tiempo de ir avisando a la empresa, que estaba esperando para operarme, que algunos días tendría que ir hacerme las pruebas necesarias y la verdad fueron comprensivos desde el principio.
Dificultades… y pequeñas victorias
Lo más duro
Lo más duro fue la incertidumbre de la llamada, los antojos de las dos últimas semanas y la incomodidad de pedir permisos para pruebas. Mi victoria fue pasar de refrescos a agua: los primeros días costó, pero a la semana pensé “qué bien sienta el agua fresquita”. Volví a valorar lo que de verdad me hace bien.
Gracias por leer. Si estás en la misma etapa, quizá te sirva mi Cronología y Sobre mí. En el próximo artículo contaré la semana previa detallada y el día del ingreso; el postoperatorio lo estoy narrando semana a semana.
Esto es mi experiencia personal, no consejo médico.